Música interior

Las melodías surgentes.
Las palabras forman cadena en el aliento. Las imágenes forman sueño en la noche. También los sonidos forman cadena a lo largo de los días. Somos objeto de una "narración sonora" que no ha recibido en nuestra lengua una nominación semejante al "sueño". Aquí la llamaré "melodías surgentes". Las melodías que surgen inopinadamente cuando caminamos, que surgen de súbito según el ritmo de la marcha.
Viejos cantos.
Cánticos.
Rondas infantiles y conjuradoras.
Arrullos o canzonetas. Polcas o valses. Canciones de salón y refranes populares.
Detritus de Gabriel Fauré o de Lulli.
Los arcones de mimbre en el polvo del granero de Ancenis, en el olor acre del polvillo seco y fino, en los haces de luz que los estrechos tragaluces concentraban. Casi polvareda de un yeso que repercutía en las partituras musicales de los antepasados, que habían escrito hileras de Quignard en fila india, todos fabricantes de órganos y organistas en Baviera, en Wurtemberg, en Alsacia, en Francia del siglo dieciocho, en el siglo diecinueve, en el siglo veinte. Anotaban la mayor parte de sus obras en un papel grueso y azul. El oro caía del tragaluz único, permitía leerlas, inducía a levantar el polvillo, incitaba a canturrearlas.
El primer ritmo fue el latido del corazón. El segundo ritmo fue la pulmonación y su grito. El tercer ritmo fue la cadencia del paso en el caminar erguido. El cuarto ritmo fue el retorno invasor de las olas del mar rompiendo en la orilla. El quinto ritmo selecciona la piel de la carne ingerida, la estira, la fija y atrae el regreso de la bestia amada, muerta, devorada, deseada. El sexto ritmo fue el de la mano de almirez en el mortero de cereales, etc.
La melodía surgente de manera inopinada informa de inmediato acerca del estado en que estamos, acerca del humor que urdirá el día, acerca de la presa que perseguimos. Es lo que en clase de solfeo se enseñaba a los niños con el nombre de armadura. La melodía dice la tonalidad del espacio del cuerpo. Distribuye el número de sostenidos y bemoles que habrá que recordar al cantar la pieza del día, hasta el avance de la noche que envolverá el cuerpo y el rostro pero de ningún modo ensordecerá al mundo.

Pascal Quignard en El odio a la música

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