Sumergirse en el naufragio
Merced
Fantasía de la tercera edad:
nos han concentrado
en un campo de reposo para los caducos.
En mitad de un páramo cualquiera
un acantonamiento con alambre de espino
y edificios prefabricados de bajo costo y el color del polvo
apesta a vergüenza
e incontinencia sin remedio,
ropa idéntica de papel
desechable, raciones idénticas
de comida con saborizantes químicos
Muerte por turnos, mediante gas,
hipodérmicas a diario
para neutralizar la desesperación
Así imagino mi mundo
en mi septuagésimo año de vida
y al otro lado de la alambrada
un canje sin ton ni son
de la conciencia por la ausencia
de dolor. Esto es a lo que llamaremos vida.
Fue apenas el verano pasado cuando
me quemé los pies en la arena
de aquel valle trazado por la corriente
del frío, raudo río Merced,
regado de saltos de blanco
Cuando nadaba, me dolía el cuerpo
de honesto frío,
cuando flotaba de espaldas los arrendajos
aleteaban de pino en pino
y la sombra se desplazaba hora tras hora
a través de El Capitán
Nuestro vino se enfriaba en el agua
y yo vigilaba a mis hijos, medio hombres,
medio niños, poniéndose a prueba
en un mundo casi arcaico,
tan valioso a estas alturas
que el mero hecho de meterse en agua pura
o contemplar el aire límpido
te hace sentir un espasmo de dolor.
Hace ya semanas que una cierta rabia
ha poseído mi cuerpo, arremetiendo
a veces contra hombres y mujeres,
a veces hacia dentro, contra mi misma
Mientras recorro Amsterdam Avenue
me sorprendo hecha un mar de lágrimas
sin saber qué pensamiento
me ha inundado los ojos
Dirigirle la palabra a otro ser humano
se convierte en un riesgo
Pienso en Norman Morrison,
los budistas de Saigón,
el maestro negro que la semana pasada
se inmoló
para despertar la culpa en corazones
desmasiado entumecidos para captar el mensaje
en un mundo que la masculinidad ha hecho
inadecuado para mujeres u hombres
Al despegar en un avión
oteo la ciudad
que para mi significaba la vida, no la muerte,
y pienso que allí, en algún lugar,
un frío núcleo, compuesto
por fragmentos de seres humanos
metabolizados, reestructurados
por un proceso del que no se percatan,
está expandiéndose entre nosotros
y apoderándose de nuestras mentes
una cosa que no siente culpa
ni rabia: que es incapaz
de odiar, y por tanto de amar.
1972
Adrienne Rich (Sumergirse en el naufragio, traducido por Patricia Gonzalo de Jesús, Editorial Sexto Piso, España, 2021)
Tomado de Ventana lateral
Foto de Nastya Dulhiier en Unsplash
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